OXOLOTÁN "donde abundan los Tigres"

...en Diciembre de 1973,
...regresé a Tabasco, ahora con familia: dos lustros há, que de madrugada me retó el Tigre en aquel Madrigal y una Bala Perdida m'encontró en aquél Cumpleaños del '63, frente a la Iglesia de la Asunción. YO el Pintor, reemplazó al YO GRAN CAZADOR BLANCO.

Pasé frente aquél rancho el Porvenir y proseguí hasta Tapijulapa. Llegando, noté una panga nueva para mí, cruzando a la ribera opuesta en donde los ríos Oxolotán y Amatán entrelazan olas. La impulsaban a mano tres heroicos pangueros, jalando un cable de lado a lado y descasando labores a las seis de la tarde; las cinco de la tarde cuando fondeamos a la otra ribera de vegetación lujuriosa.

La brecha constaba de subidas y bajadas con curvas cerradas, más agujeros que un gruyer y vados de poco caudal, menos mal. Mi Cucaracha (VW sedán '73) feliz valseando sus aptitudes fuera de pavimentos modernos. Juanito de cuatro meses, pegado a la teta de su ombligo, mi copiloto. Bordear un cerro trazó ahí abajo junto al río, una cuadrícula con casas de vara y techos de teja cercando una iglesia de la Conquista sin techo, cubierta de palmeras y amurallada por la Selva mi amada Selva, mágico paraíso entre montañas sagradas: la Corona por un lado y la Campana al otro.
Detuve mi Cucaracha en aquella ribera y nos sentamos los piés al agua, sobre un tronco abandonado ahí en el playón. Casualmente un viejo nos saludó y empezamos a conversar con las presentaciones de rigor. Nos invitó a cenar y -"que no los preocupe la panga, tenemos suficientes hamacas para pasar noche".

Así conocí al maestro don Claudio, comisario ejidal de Oxolotán. Un sancocho de gallina negra como no había probado en años interrumpió nuestra conversación. María Eugenia su esposa, Mercedes con Nepomuceno y Domingo Luther sus tres hijos, nos bombardeaban a preguntas de la curiosidad, mientras observaba en las paredes de vara tapizadas con cientos de fotos, algunas muy antiguas otras más ya descoloridas al sepia, con grupos de gente sonriente rodeando al maestro don Claudio: diferentes etapas de vida, desde un aquel tan jóven hasta la nieve actual poblando su cabeza, como techo de palma.

Había recorrido la zona maya de Tabasco, Campeche y Yucatán, repartiendo enseñanza con lenguas hoy en plena desaparición. Voluntariamente por misión y cobrando lo que guste su merced, por vocación de toda la vida. Nos rentó casa y cuando la vimos de bloques, cemento y techo de lámina, francamente ni nos animamos. Las casas de vara ni necesitan ventanas, con paredes en oda tropical al muaré de Vásárhelyi. ¡Muy buenos días! y en noches de Luna Llena ves hacia fuera sin ser visto, con música de Selva armonizada por zumbidos de mosquitos caníbales. ¡Buenas noches! y ni prendas quinqué ni vela ni nada: inviertes el fenómeno y la música huye descaradamente, los mosquitos caníbales no. Con tal arquitectura, alinear muros de bloques nada de ventanas y techado con lámina, los mayas modernos descubrieron prematuramente al horno solar.

Don Claudio, entendiendo perfectamente nuestro predicamento y poca inclinación hacia los hornos solares, nos ofreció otra casa con muros de vara y techada con teja, bajo palmeras de coco dando sombra y algún que otro susto pues la gravedad nunca descansa, adornada con matas de naranja grey (toronja roja) y otras de jícara ahí junto al lavadero. Nada de plásticos, nada de electricidad ni tuberías de agua, como todo Paraíso que se respete. El agua de beber la tomabas de un bambú clavado a la roca que manaba agua mineral. Hay tanta agua mineral en las Montañas de Agua mayas, que la envasaban como Agua de Tapijulapa. La luz eran velas o quinqués, los radios con pilas. Lo ya digerido se depositaba en el playón río abajo y organizabas peleas entre impacientes jabalís domésticos.

Cada mañana sintonizábamos el programa del licenciado Zurita. Gorgoreando comerciales intercalaba noticias locales, llamados de ayuda, avisos de fiestas y -"llegan visitas para el alemán de Oxolotán"-: sorpresivamente nos visitaba mi hermana y a buscarla hasta Villahermosa. Después, reíamos con el cubano Tres Patines; el resto del día, escuchábamos la Radio Comunidad Indígena transmitiendo en Chol, Tzendal, Tojolabal, Zoque... cada lengua maya con su horario, entre músicas de Bach y rapsodias húngaras con marimba, o de un Hombre de Acción, o del Chico Ché que nos dejó la Crisis...

Todo porque el maestro don Claudio necesitaba un mecánico local en su comunidad. Como padre primerizo, decidí enfocar mi habilidad manual de pintor hacia la mecánica. Y váya que había motores de beneficios por toda la Sierra, real y verdadero museo viviente donde el único mecánico nómada, era tu muy humilde servidor. A veces, mandaban una avioneta a Tapijulapa para llevarme hasta Chiapas porque no arrancaba un beneficio; a veces a caballo y a veces a pié. No cambiaría aquella etapa de mi vida por nada de nada.

Un día llegó un tal padre Goyo manejando una LandRover serie II 109 del '58, sin marcha ni motor de arranque. Logré afinarla y arrancaba al cranazo: ahora ya no tienen cran los autos ... mecánicamente vamos p'atrás. Mientras lo reparaba, Goyo estudiaba mi Cucaracha: la tenía modificada sellando la calefacción (¡quién diablos necesita calefacción con 44 grados centígrados a la sombra!) con doble hule a las puertas y el distribuidor ahogado en Uhu (no había silicón entonces). Después de una hora flotando empezaba a quererse hundir, pero cruzaba ríos amarrando un cabo largo en la defensa y que jalen los varios voluntarios desde la otra orilla, mínimo durante quince minutos. Cuestión de acelerar al motor y ya no entraba agua por el escape. También soy fanático de aquellos LandRovers tan cuadrados que los dioses deben estar locos. Goyo propuso:

-"Oiga ingeniero, ¿no se animaría a un trueque? Mi LandRover por su Cucaracha, así no más, uno por el otro y estamos a mano. Yo le hallo algo a los VW's pero con los LandRovers ni idea"

-"Hecho"- me oí disponer para escándalo de Vicky, mi copiloto y ombligo con alimento del Juanito. Ni te dije que era de tipo comando: con parabrisas y sin vidrios ni asientos en la cabina, una tabla por asiento del audaz chofer y el copiloto que alimentaba a Juanito, la caja de carga ni tenía capota. Había dejado juventud y pintura trabajando en el ingenio azucarero Dos Patrias, allá abajo en Tacotalpa, cuya iglesia de la Asunción revivía el Goyo: fabricaba con sus sobrinos santos colados de yeso pintados a la vinílica, los bendecía por toda la Sierra y diezmos y primicias techaban la iglesia.

El Goyo me recomendó por todos lados; topas con la iglesia Sancho y todos saben si haces el bien o te sale mal. Echamos a andar el reloj del siglo dieciocho, una joya. Cuestión de lubricarlo, ponerle contrapesos y hasta daba de campanadas. Nada de Suaches por aquél entonces: te digo, mecánicamente vamos p'atrás.

Teníamos mascotas de lo más exótico: dos armadillos pequeños, que se revolcaban como fieras amarradas cuando los trajeron a vender. Lo primero que hice fué soltarlos a ver qué hacen y como nomás me veían sin saber ni qué, los agarré y puse sobre mi regazo. Se acurrucaron escondiendo su hociquito entre mi brazo y el costado. Querían calorcito y protección aquellas terribles fieras, resultaron inofensivas. De noche, nos visitaban dos murciélagos fruteros para mordisquear algún plátano de la penca colgada en la cocinilla . Uno vigilaba las hamacas mientra otro se alimentaba, acercando su vuelo para verse reflejado en mis ojos, curiosote inofensivo. Vivían bajo la copa de las palmeras.

Un día, estacionando en reversa al Dos Patrias muy pegado contra la mata de naranja grey (toronja roja y dulce, madurada al Sol), una colibrí empezó a volar en verde frente a mis pupilas, pequeña miniatura enormemente angustiada pidiendo auxilio: la rama que invadió mi cabina sin vidrios, contenía un nidito con dos huevitos como frijoles. Poco a poco retrocedí hasta dejar su nido afuera. Se volvió su costumbre saludarme llegando a casa, saben bien cuando uno entiende su lenguaje y respeta su nidito. Del río comíamos piguas atrapadas con nazas, o camarones sacados a mano entre las piedras de los rápidos. También había caracoles puntiagudos en la cascada cercana. Una tormenta desgajó el cerro de entrada y quedamos incomunicados por dos meses. Otra etapa que no cambio por nada ... la solidaridad maya con catástrofe no es como la miserable competencia urbana.

Ya me alargué mucho, y ni les dije que "la cobra cascabel" (me recordé a Jorge Amado: así la llama en "El Gato Manchado y la Golondrina Sinhá") allá en Tabasco se llama "Nauyaca" o Cuatro Narices y no es crótalo sino bothrops, con más de 20 variedades a cual más letal: cuando muerde sudas sangre por todos los poros y adiós mundo cruel.

Nexos @nexos:

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