II. ¿SUERTE? ...quizás, quizás, quizás...

cuando el Río Grijalva refleja'l cerro del Madrigal...
Villa de Tacotalpa, Agosto de 1974

AL OTRO SÁBADO me levanté con el amanecer, para nuevamente conducir la Jeep hasta el banco de Villahermosa y volver a pagar la raya de los jornaleros. A mi regreso seguíamos sin electricidad ni canastilla para cruzar el río y esperé en la ribera a que fondeara algún cayuco. Tardó en aparecer el boga y ya éramos diez cuando abordamos. Regresando a la otra ribera, noté que la tardanza del boga era por falta de experiencia: dos o tres veces intentó fondear nuestro cayuco junto al muelle y otras tantas le ganó la corriente, jalándonos río abajo; remontaba de nuevo sin fondear otra vez. Un último intento, cuando aquél miedoso desesperado brincó a la orilla y nos volteó al cayuco, mandando a todos de cabeza al río con los brazos cruzados y además, por no enlodar al tobillo vendado, con mis botas de goma bien puestas.

Con la cartera de la raya entre mis dientes, intenté nadar pero me hundí como piedra, gracias al peso de l'agua en mis botas y a la fuerza de gravedad con corriente. En el fondo, deteniendo mi avance a contra-corriente con un pié entre las piedras, descubrí que las botas hacían vacío cuando intentaba quitarlas llenas de líquido, jalando mi pié con las manos. De una patada me impulsé hasta la superficie, agarrando las ramas verdes de un sauce que acariciaban la corriente, mientras jalaba aire fresco para regresar al fondo como piedra, las manos llenas de ramitas verdes sueltas. Volví a la superficie dando otra patada desesperada, tomé aire de nuevo y antes de hundirme con más ramas verdes entre mis manos, noté que estaba llegando a la poza de los robalos. Ahí donde solía pescar con arpón y aletas, había fácilmente más de quince metros al fondo. Gluglú forever, my friend.

Con resignación y más bien inercia de Vida, una patada más me mandó a la superficie, agarrando ya por no dejar, la última ramita seca a mi alcance de aquel sauce, ahí sobre la poza de los robalos esperando tragarme y zigzagueando como trapo la corriente. AGUANTÓ: estirando la otra mano, junté más ramas secas y avanzando de ramo en ramo, regresé a la orilla de donde zarpamos. Ni siquiera había cruzado al río después de tanta odisea, con mi cartera entre dientes y tanta agua en mis botas. Por ¿SUERTE? la ramita más seca fué la más resistente. Con razón ¡naiden se deja las botas puestas! Ni para cruzar la tina de baño, que hay muy pocas ramitas secas por todo Tabasco y tiene demasiados ríos.

El boga forcejeaba con su cayuco lleno de agua, contra un zarzal sumergido. Quise ayudarlo, pero mis botas emplomadas con agua impedían todo avance. Tampoco me las podía quitar ahí afuera: con líquido adentro, seguían herméticas. Me acosté de espaldas alzando las patas y bañándome sorpresivamente la cara, por fin vaciadas las pude sacar bajo las carcajadas contajiosas del boga, con risa loca sin parar hasta tener dolido el estómago y hacer pipí. Exahustos, calmadamente bogamos el cayuco después de vaciarlo, sin problemas ni botas puestas ni miedosos desesperados a bordo, hasta la ribera de enfrente.

Me recibió el dueño del platanar, noble italiano de saracof y monóculo, alzando su copa: -Me decepciona su puntualidad, Ingegnère: llegó tarde para nuestro vodka tónic.- Al escuchar mi relato, respondió colocando una copa entre mis manos: -Jettatura, Ingegnère: jettatura”- y brindamos a la ¿SUERTE? para desagraviar mi torpe tardanza.

De tanto guardar en el olvido lo que conviene ignorar, una gota de Realidad hácelo rebosar. Como todo lobo con piel de oveja negra no ameritaba tanta ¿SUERTE? cuando aparecía Mórrígan (diosa de la Guerra y la Muerte). Como si cada visita suya me protegiera, en vez de llevarme. Con cierto humor negro primero, con agradecimiento y cariño después, la nombré hada Ángela. Como eventualmente me navegará hacia la Otra Ribera, nada mejor que una amiga protectora como guía: carcajearemos mis sinvergüenzadas por todo el trayecto, quizás hasta comparta algunas buenas de las suyas...