I - la FLOR del CAFé

la Rielera
Pitando impaciente bufaba aquella Rielera al tironear sus vagones y de paso, despejaba mi letargo. Abrazado a mi lámpara sobre una banca de la estación, la bolsa de marino con mis elementales pertenencias evaporada y el ahijado pegoste casualmente ausente -cuya pauta de mal parido o mal abortado asentó mis pies sobre la tierra- a correr se ha dicho tras el tren que ganaba velocidad, sin lastres de equipajes ni malas compañías.

Secretamente llevaba un cinto d'esos con cierre donde metes billetes de alta denominación, demasiado pocos para tan precaria situación. La Rielera ni m'espantó bien el sueño y bajo su vaivén traqueteado y amodorrador, rememoraba el porqué inicié questa gesta:

«Emprendí el viaje para conocer la Costa Chica y ventilar mi relación acapulqueña, la Conchita pegosteando su hijo adolescente por aquello de la imagen masculina. Pensando así levantar los bonos de nuestra relación, ilusamente accedí. Finalizando la brecha costera hasta Puerto Escondido, regresamos a Pinotepa trepando la sierra Madre hasta Oaxaca y bajar después al Istmo de Tehuantepec.

Pasando Juchitán nos bajamos en Tapanatepec, ya hartos del bamboleo en repletos Dinas que sólo sabían circular a vuelta de rueda bajo calores inclementes -eso sí sobre cualquier terreno- para abordar al tren costero hasta Tapachula. Los vagones serían más espaciosos que cualquier lata de sardinas retacada hasta el techo y atardeciendo llegamos a la Estación Chauites.

Comimos en el mercado brindando un par de cervezas. De reojo ví que´l ahijado conversaba animadamente con nuestra mesera y discretamente m'esfumé hasta la estación. Obviamente se pusieron de acuerdo para despojarme, creyendo los denarios en mi bolsa de marino. La muy fichera añadió algún fármaco a mi cerveza y apenas alcancé aquella banca donde la Rielera me despertó pitando desquiciada.»
Mudar resoplidos y traqueteos de la Rielera por gritos femeninos ofreciendo viandas, disiparon mis ensoñaciones y estimularon mi estómago. Entre manglares paradisíacos flotaba otra estación, cuyas mujeres ofrecían comida y bebida mientras los varones cerveceaban las hamacas. Llenar el estómago despejó mi cabeza y recorrí el tren para desentumir las patas. La Rielera lanzó su advertencia y volvió a bufar, pariendo ése traqueteo que rebobinaba todo el paisaje. Así, durante todo el día y la noche también, pasaron selvas y manglares entre paradas y manjares.

Aclarando apareció Tapachula y despedí a la Rielera. En típica población fronteriza olvidada por Dios y amonestada por la milicia, tropezaba entre burdeles y talleres, cuestionando: -¿Necesitan mecánico?- y todos con la misma letanía:

-«Por acá no hay trabajo Güero, arriba en la Sierra tá comenzando la temporada del café, ahí necesitan choferes.» repicaban mentando la "Nueva Alemania" y que por la salida de Chicharras salían los redilas de pasajeros.

Colgado entre medio del redilas, bamboleado por una multitud que apretaba, arribé a la Finca Argovia de Nueva Alemania antes del anochecer. Un boche tan tedesco cual cabeza cuadrada, se presentó como Joachim el administrador, dando instrucciones: dónde cenar, dónde está la Tienda, donde dormir y presentarse mañana ya bañado y rasurado a las siete. Compré una manta, ropa, pasta dental, jabón y rasuradora, antes de irme a cenar y dormir tranquilo como tronco.
laTapachula de aquel entonces

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